martes, 2 de septiembre de 2008

fantasmas del desierto

Miraba el pasar, esta invesión que me había propuesto la circunstancia
Si solo yo creyera que esa joven, que con dos baldes iva y venía, con la infame labor de traer el agua de un pozo, a su familia abandonada en una antigua civilización, era un espectaculo que se disputaba entre la fantasía y la realidad. Era una invensión media recorrida, como vivida y media acalorada. Simplemente era verano, seco y desgarrador, una estación de febrero, intoxicada por la incultura, por el analfabetismo y por la emoción escandalosa. Yo soy un esceptico, y dudaba mucho de que esa joven estuviera viva, y que exitiera tal pozo y que en ese desierto indomable, como una bestia de fuego maligno existiese agua, recordaba que yo no había bebido nada hace diez horas y que no podía ya leer el mapa, el sudor y la lentitud del deshidratamiento me tenían al borde de una especie de ensueño inframundico. Me ardía la conciencia, detestaba las heridas abiertas de mis labios, que como frutas podridas se partían por la falta de líquido. Entonces la vi otra vez, estaba caminando descalza, cerca de mi caballo muerto por deshidratación, me lance a la persecución y le grite - hey! hay algún lugar donde pueda dormir esta noche y me pueda alimentar y beber¡, ella quisas me respondió - no, no hay necesidad de esas cosas, yo grite en forma más enfática - habla niña que estoy muriendo!!!.... ella reía sin burla, y me dijo algo escalofríante- pero si tu ya estás muerto.